El calendario azteca

Al igual que el calendario maya, el azteca consiste de hecho en una pareja de sistemas relativamente independientes de determinación de la fecha, con ciclos de 260 y 365 días. El hecho no es casual: se considera que ambos derivan de una misma construcción de origen olmeca. El primero de los calendarios, denominado tonalpohualli, dividía el año en 20 semanas de trece días asociadas a un elemento natural. Se usaba con fines astrológicos, para establecer los rituales y registrar los acontecimientos. A cada semana y a cada día dentro de ella correspondía un dios. Cuatro de esos dioses estaban relacionados con los puntos cardinales, que a su vez también se emparentaban con las semanas. La función del calendario sagrado era predecir los vaivenes del delicado equilibrio que el mundo guardaba bajo las disputas divinas.
El segundo de los calendarios mexicas o aztecas, el xiuhpohualli o civil, era evidentemente solar y se usaba por ende para determinar las tareas agrícolas. Se componía de 18 meses, también asociados a deidades, de 20 días más cinco días vacíos, los nemontemi, de mal augurio. Cada cuatro años era preciso agregar un día, como hacemos en nuestros bisiestos, pero este ajuste se efectuaba repitiendo uno de los días, al que se denominaba mowechiwa. El seguimiento de la fecha se hacía de forma independiente en ambos calendarios, que coincidían de nuevo cada 52 años, periodo al que se denominaba xiuhmopilli. Hay que hacer ver que la concepción de la historia para los aztecas era cíclica, lo que significaba que los acontecimientos se repetían y podían predecirse.
Una representación de su cosmogonía, junto con elementos de su calendario, se puede contemplar en la llamada Piedra del Sol, un altar descubierto en Ciudad de México en 1790.

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