El calendario de Tolkien

Uno de los muchos detalles que no descuidó la prolífica fantasía de Tolkien a la hora de crear su universo mitológico fue la visión del tiempo por parte de sus distintas razas. La Tierra Media tenía cabida para enanos, orcos, árboles andantes… humanos también, por supuesto. Descubrimos al leer su obra perspectivas de la historia muy dispares: el carpe diem de los hobbits, en los elfos una pesada consciencia escatológica, de final de una época, o cierta percepción en el caso de los magos que avanza un paso hacia el tiempo absoluto. El escritor jalona los hechos de acuerdo a una larga cronología, distribuyéndolos en varias edades que no comentaré aquí. Y para acentuar el carácter de cada pueblo, los dota también de calendarios propios. Por supuesto, estos son en sí un elemento muy secundario en su obra, pero eso no significa que descuidado, por lo que supone de elemento cultural, aunque sea ficticio. El autor recoge el material que usó en el Apéndice D al Señor de los Anillos, separándolo en dos partes. La primera es un «Calendario de la Comarca para todos los años», a mi modo de ver casi una propuesta de reforma del nuestro; en la segunda, para completar o compensar quizás lo que pudiera aparentar de artificial, desarrolla la evolución histórica que en su mundo inventado lo habría llevado a los hobbits. Se trata de una creación que describe un proceso de creación.
El calendario de la Comarca es marcadamente solar, con meses de 30 días exactos y semanas de siete. Tolkien podría haberse tomado la libertad de elegir una duración arbitraria para los periodos temporales, en particular el difícil año de 365 días y casi un cuarto que conocemos. Pero en lugar de ello ciñe su mundo en este sentido al nuestro, e intenta simplificar las complejidades del calendario concibiendo uno más estructurado y claro. La idea no es original suya. Desde finales del XVIII han sido muchos los que han querido mejorarlo, tales como Comte o Cotsworth. De hecho, el escritor debía de conocer por fuerza la propuesta del último que la Liga de las Naciones llegó a considerar. Se podría decir que Tolkien toma ideas de varios, como los meses de 30 días cabales de la Revolución Francesa o los antiguos egipcios, e intenta aprender de los errores de otros, y tengo en mente precisamente los intentos soviéticos de eliminar la semana de siete días. Y la propuesta que presenta es asumible: incorpora incluso el equivalente de la reforma gregoriana (lo que llamará el Cómputo de los Senescales). Para ajustar la duración del año y evitar el desplazamiento de la semana recurre a la misma solución: sacar cinco días (seis los bisiestos) de la cuenta de los meses y uno del de la semana.
Como he dicho, este almanaque debió parecerle a Tolkien demasiado frío, y como remedio le pergeña en las diez siguientes páginas un complejo proceso histórico. Mezcla suposiciones en las épocas más arcanas con datos precisos en las recientes, le incorpora influencias de distintas culturas, reestructuraciones, errores y correcciones subsiguientes, influjos etimológicos de sus lenguas artificiales, variantes, anécdotas, acontecimientos… Todo aquello que acompaña, como acto cultural, a cualquier calendario.

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