El calendario revolucionario soviético

En la antigua Unión Soviética, y bajo el gobierno de Stalin, hubo varios intentos de reestructurar el calendario de acuerdo a criterios más racionalistas. Bajo el punto de mira de esta reforma estaba la semana, demasiado larga, con excesivas connotaciones religiosas y no divisora de los 365 días del año. Así que se buscó sustituirla por -realmente compaginarla con- un periodo más breve, y de paso aprovechar el cambio para incrementar la productividad en los distintos sectores económicos. Como la nueva semana se agrupaba de facto en grupos de 30 días y en 1930 una comisión gubernamental propuso amoldar la duración el mes a dicha duración, idea que fue rechazada, se ha dado lugar a un error bastante frecuente en la literatura que trata el tema por el cual se dice que la reforma del calendario también afectó a la longitud mensual. Tal hecho es falso, sin embargo: durante los años en que se ensayaron las reformas no se dejó de emplear el calendario gregoriano, y son raros incluso los almanaques que distribuyen el año en semanas de menos de siete días, marcando la mayoría simplemente los festivos de otro color.
La idea no era nueva (Francia ensayó una semana de diez días, por ejemplo) y las repúblicas soviéticas ya habían sufrido tras la revolución el paso del sistema juliano al gregoriano. De modo que bastaron poco más de tres meses desde que Yuri Larin propusiera la idea para que, el 1 de octubre de 1929, se iniciase la semana laboral continua de cinco días. Se dividió a la población en cinco grupos, cada uno representado con un color distinto que tenía asociado un día diferente de descanso. De este modo no se detenía la producción y se pensó que se satisfaría más al trabajador por el hecho de que librase una jornada cada cinco en lugar de cada siete. Sin embargo, el efecto fue desastroso a nivel social, pues muchas familias no tenían un día común de descanso. En la industria se hicieron más frecuentes las averías de equipos debidas al mal uso por el personal rotatorio no familiarizado y la eliminación del mantenimiento durante los días de parada. El resultado es que no se logró el esperado aumento de la producción.
Eso llevó a una segunda modificación, consistente básicamente en establecer periodos de seis días: cinco laborables y uno de asueto, común a todos los trabajadores. La medida se concibió como una solución temporal en tanto se pudiesen solventar los problemas derivados de la primera reforma, a la que muchas fábricas no habían sabido adaptarse. Sin embargo, casi toda la industria se pasó masivamente a este sistema durante el verano de 1931. Hay que hacer una puntualización respecto a lo dicho sobre su estructura: los días 1 de cada mes se reiniciabla el ciclo laboral de seis días. Es decir, el 6, 12, 24 y 30 de cada mes eran festivos. Pero si el mes tenía 31, éste último se trabajaba, además de los cinco siguientes. Y a finales de febrero se llegaban a enlazar nueve o diez días consecutivos laborables. Así, en algunos ámbitos se optó por seguir variantes de esta reforma.
Finalmente, después de una década de ensayos que no sirvieron para incrementar la productividad, el 27 de junio de 1940 se retornó a la semana de siete días con descanso en domingo, acompasando dicho periodo con el resto de europa.

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