El nombre del emperador

Hasta recientemente se consideraba poco cortés en Japón dirigirse a alguien por su nombre, máxime si pertenecía a la nobleza. En el caso del emperador esta norma era más inflexible, hasta el punto de que tan sólo referirse a él de este modo, hasta hace sólo unas décadas, se consideraba blasfemo. Es una costumbre sólo ejercida por los japoneses, y de la que poco entendemos los extranjeros. En vida, al emperador se le nombra por uno de sus títulos (comúmente El Soberano Celestial o Su Majestad). Y una vez fallece, pasa a adoptar el nombre de la última era. De modo que el soberano pierde en cierto sentido su nombre en la coronación. Y se inicia un nuevo periodo, otra nueva cuenta de los años.
En realidad habría que hacer varias matizaciones para no pecar de simplista. Ni existe un emperador para toda era, ni una era por emperador, ni los japoneses computan los años sólo mediante este sistema. A efectos prácticos es enormemente engorroso, y desde el 1873 se emplea comúnmente el calendario gregoriano. Pero anteriormente las fechas seguían uno de tipo lunisolar emparentado con el chino; y respecto a la cuenta de los años, aún sigue vigente la cuenta de las eras, con más frecuencia al referirse a hechos históricos. Así, no nos debe extrañar que el teniente Mamiya, un personaje de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, de Haruki Murakami, al referir su aventura durante los albores de la Primera Guerra Mundial, la date «a finales de abril del año 13 de Shoowa». El emperador Shoowa para los japoneses no es sino el que aquí conocemos por el nombre de Hiroito. En aquel momento sin embargo, y como se ha explicado, no se le designaba por ninguno de estos dos nombres, sino por su título. En realidad ni siquiera la fecha se databa entonces de esta forma, pues hasta el final de la contienda se mantuvo vigente una tercera forma de computar los años, lo que se denominó año imperial, que contaba a partir de la fundación mítica de Japón en el 660 a. C. Pero, para no confundir más al lector, hablemos sólo de las eras japonesas.
Antiguamente se iniciaba una nueva era (年号, pronunciado nengō) con cada acontecimiento reseñable. La corte imperial podía hacerlo siempre que lo creyese conveniente, fuese a causa de una plaga (era Ōei), una guerra (Daiei), el descubrimiento de yacimientos (Wadō), etc. Los años no propicios del ciclo sexagenario, llamados sankaku -esto es, el primero, quinto y quincuagésimo octavo- eran otro motivo para cerrar un periodo. Una vez se tomaba la decisión, el año vigente pasaba a ser el primero de dicha era, de modo retroactivo. Esta designación de las fechas se instauró en Japón en el 645, fue abandonada al cabo de una década y se adoptó ya definitivamente a comienzos del siglo VIII. Junto a los nengō oficiales, existen unos 40, principalmente pertenecientes al medievo, no fijados por la corte y difíciles de datar. Como es de suponer, las continuas alteraciones de este sistema forzaron en 1868 una simplificación: desde entonces se sigue una regla que asocia una era a cada emperador vigente. El año de la coronación es a la vez último de la anterior y primero de la nueva. En 1979 la Dieta dio forma de ley a este sistema.
A los ojos occidentales pueden parecer confusas las eras japonesas. Obligan, para calcular años transcurridos o equivalencias con otros sistemas, a emplear extensas tablas con casi 250 nombres. Sin embargo, no deberían causarnos sorpresa, puesto que métodos similares se han usado en muchas otras civilizaciones, desde China a la Antigua Roma. Lo que sí resulta destacable es su pervivencia aunque, como se ha apuntado, el nengō coexiste desde hace siglo y medio con el calendario gregoriano.

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