La precesión de los equinoccios

Quienes hemos hecho bailar una peonza sabemos de un fenómeno curioso: mientras el juguete gira sobre el suelo se puede observar claramente cómo el propio eje de giro describe un movimiento circular mucho más lento. A esta segunda componente se la denomina precesión, y es característica de los objetos que rotan sobre sí mismos. También afecta a nuestro planeta; no obstante, no es sencillo percibirlo. Si la rotación da lugar a la sucesión de los días, la precesión requiere para completar su ciclo nada menos que 25780 años. Por ello es asombroso que el fenómeno lo descubriese en el siglo II a. C. un astrónomo griego, el mismo que nos legó el primer catálogo estelar.
Hiparco de Nicea estaba contrastando las posiciones de las estrellas con las registradas siglos atrás cuando se percató del lento movimiento del punto de Aries, que marca la posición del Sol sobre las estrellas en el equinoccio de primavera. La diferencia era pequeña, pero suficiente para estimar la magnitud de la precesión. Cada año dicho punto retrocede 50 segundos de arco en la eclíptica, lo que quiere decir que la primavera se iniciaría antes si atendiésemos a las estrellas para fijar la fecha. Este hecho obligó a Hiparco a distinguir dos definiciones de año: el sidéreo y el trópico. El primero es el tiempo que tarda la Tierra en completar su órbita; el segundo es más corto y es el que transcurre entre dos equinoccios de primavera.
La diferencia puede parecer mínima pero, acumulada a lo largo de los siglos, produce efectos marcados. Por lo pronto, el punto de Aries casi ha atravesado hoy en día Piscis para entrar en Acuario, razón por la que sería más adecuado llamarlo punto vernal. Tampoco la estrella polar apunta al polo; es decir, ahora el eje de la tierra está casi en esa dirección, pero hace 5000 años dicho puesto lo ocupaba la más brillante de la constelación del Dragón, y dentro de otros tantos se dirigirá hacia el Cisne. Otra curiosidad: la reforma del calendario llevada a cabo por Gregorio XIII intentó ajustar la duración del año a la del trópico, como por otro lado ya apuntaba conveniente Hiparco (el astrónomo lo indicaba por mantener fija la posición de las estaciones en el calendario, aunque la motivación del papa estuviese más influenciada por la determinación de la fecha de la Pascua). El reajuste requería la eliminación de días que había agregado de más el calendario juliano, cuya duración del año pecaba por exceso respecto al trópico y por defecto atendiendo al sidéreo. Pero se llevó a cabo estableciendo el inicio de las estaciones en las mismas fechas que durante Concilio de Nicea, momento en el que ya se acumulaban varios días de retraso respecto a lo que inicialmente debieron ser fechas astronómicamente significativas. Así, la entrada del invierno tiene lugar el 21 de diciembre; es decir, se adelanta cuatro días respecto a lo que originariamente era la festividad del Sol o de Mitra, que los cristianos asimilaron como Navidad. Los romanos por su parte comenzaban el año inicialmente con la llegada de la primavera, que tenía lugar el 25 de marzo.

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