Plinio el Viejo

Plinio el Viejo habla al final del séptimo libro de su Historia Natural de los primeros relojes instalados en Roma. No he conseguido encontrar el texto en castellano, de modo que lo que sigue es una torpe traducción mía por cuyos posibles errores pido de antemano perdón:

En las Doce Tablas de la ley romanas sólo hay referencias al amanecer o al atardecer: unos años más tarde se añadió el mediodía, y se anunciaba por el encargado de los cónsules cuando desde el senado se veía el sol entre el púlpito de Rostra y el de Grecostasis. Cuando el sol caía desde la columna de Mœnia hasta la prisión, daba aviso del último cuarto del día. Pero estas observaciones sólo eran útiles los días claros, y no hubo otra forma de conocer el transcurso del día hasta la Primera Guerra Púnica.

De acuerdo a Fabius Vestalis, L. Papyrius Cursor instaló el primer reloj de sol, doce años antes de la guerra con Pyrrhus, sobre el templo de Quirinus, dedicándoselo, como su padre prometiera. Sin embargo el autor no indica ni el motivo de su construcción, ni el hacedor, ni quién lo trajo, ni en qué referencia se basa. M. Varro informa de que el primer reloj de sol fue instalado en el mercado, sobre un pilar cercano al de Rostra, en la época de la Primera Guerra Púnica, por el cónsul M. Valerius Messala, después de la captura de Catana en Sicilia; habían pasado 30 años desde el primer reloj mencionado, es decir, era el año 477 después de la fundación de la ciudad. Y aunque sus marcas y líneas no coincidían con las horas, la gente lo siguió durante 99 años, hasta que Q. Martius Philippus (censor junto con L. Paulus) situó a su lado uno más precisamnete construido. Se considera el presente más singular durante su mandato, por encima de otras acciones. Incluso entonces, y durante otros cinco años, los hombres permanecían en la incertidumbre los días nublados. Por fin, siendo censor Scipio Nasica junto con Lænas, concibió éste la idea de dividir las horas tanto nocturnas como diurnas de forma homogénea mediante agua que caía de un recipiente a otro. Y de esta forma consagró la clepsidra bajo cubierto 595 años después de la fundación de Roma. Durante todo este tiempo, sus ciudadanos no habían podido describir con certeza el transcurso del día.

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