Mientras que otros ciclos del calendario tienen una relación directa con fenómenos astronómicos -el día con el periodo de rotación de la tierra; el año con el de traslación alrededor del sol; el mes, aunque ya muy alterado, con las fases lunares- no podemos decir lo mismo de la semana. Y eso a pesar de su inmutabilidad a lo largo de los siglos y su práctica universalidad. Con dificultad se puede justificar su duración asociándola al ciclo lunar, pues éste está más cerca de los 30 días que de los 28, y parece más bien una elección arbitraria basada en el múmero siete. Ése es su significado etimológico en muchos idiomas: en español proviene del latín septimana, para los árabes es isbu’u, para hebreos shabu’a, haftah para persas, hebdomas para griegos o seachduin en gaélico. Otras civilizaciones, incluida la romana, lo cual heredaría buena parte de Europa, asociaron además el nombre de sus días con los planetas conocidos entonces, Luna y Sol incluidos. No obstante, vestigio de su origen etrusco, la semana romana poseía en su origen ocho días. No se trata de algo anecdótico: para los egipcios, griegos o chinos constaba de diez, las tribus bálticas respetaban un ciclo de nueve, los mayas o aztecas tenían divisiones de 13 o 20, según se interprete y en Java todavía se emplea un grupo de cinco. Modernamente la Revolución Francesa quiso instaurar una semana de diez días, y la soviética una de cinco. Todo ello redunda en el carácter artificial de esta división, concebida quizás para cubrir el vacío que existe entre el periodo de rotación de la Tierra y la duración de un mes.
Nuestra semana hunde sus raíces en la civilización sumeria, para la que el número siete poseía un carácter sagrado. Su calendario celebraba de forma especial los días del mes divisibles por dicho factor. No obstante, para ellos la semana no constituía un ciclo fundamental, pues el mes se reajustaba con cada lunación, lo que introducía uno o dos jornadas extras una vez completa la cuarta semana. Los judíos adoptan este periodo durante su diáspora en Babilonia, otorgándole un carácter continuo que se ha seguido fielmente hasta la actualidad (con la única excepción, como dato anecdótico, de los dos viernes seguidos que vio Alaska en 1867 o los dos domingos de Samoa en 1852). De los asirios tomaron los hebreos también la observancia del sabbath. Como es de suponer, las grandes religiones monoteístas heredaron de ellos la semana, alterando sólo su día festivo: domingo (dominus dei) para los cristianos y viernes en el caso de los musulmanes.


