Tipos de calendario

A pesar de las entradas que llevo dedicadas a calendarios, no había reservado espacio para establecer una clasificación. Valga ésta entonces para, aunque sea con una sistematicidad relativa, poner algo de orden. En primer lugar, comentar que el término calendario designa muchos significados. Aquí no nos referiremos a objetos físicos o festividades, sino a formas de representación del paso del tiempo que tienen o han tenido cierta relevancia cultural.
Aunque en su evolución algunos calendarios hayan querido independizarse en cierta medida de las observaciones astronómicas, el objetivo inicial de todos ellos ha sido la determinación de ciclos fundamentales relacionados con el Sol, la Luna y, en menor medida, algún otro objeto celeste. De ellos, el más relevante (por obvio y por cuanto afecta a nuestros hábitos) es el día. Por ello este periodo se ha convertido en la unidad de tiempo fundamental de todo calendario. Incluso en las propuestas más extravagantes, como aquéllas destinadas asistir a futuras colonias en otros planetas, el día constituye el pivote para establecer subdivisiones y ciclos más amplios. No nos vamos a enfangar ahora en su definición, asumamos que viene a representar cuánto tarda el planeta en girar sobre sí mismo.
El siguiente ciclo fundamental -por cuanto afecta al clima, cosechas, pesca, duración de la noche, etc.- es el año; es decir, el tiempo que requiere una órbita alrededor del Sol. De nuevo prácticamente todos los calendarios asumen de alguna forma este otro periodo. Las pocas excepciones claras las constituyen herramientas como el día juliano, o calendarios con significación religiosa, como el pawukonmaya o azteca; y estos últimos de hecho se suelen compaginar con otro de duración cercana a los 365 días. Dicho esto, ya es necesario empezar a matizar. El siguiente astro relevante en nuestro comportamiento es la Luna: sus ciclos determinan las mareas, las noches de buena visibilidad… y además son fácilmente computables, a diferencia de lo que sucede con el año. Por otra parte, el periodo lunar no divide de forma exacta el solar. Con todo esto en consideración, es necesario admitir que cada cultura ha optado por un sistema diferente de cómputo del tiempo:

  • Algunos han decidido contarlo de acuerdo puramente a las fases lunares, aparcando a un lado el curso de las estaciones. A sus calendarios se los denomina lunares, y entre tales cabe destacar el musulmán. Éste conserva, a modo de vestigio, un año de 352 días, que se aproxima al solar, pero se va adelantando lentamente.
  • Otros, buscando la exactitud en el seguimiento del Sol, hemos optado por desdeñar a nuestro satélite. Somos los que usamos calendarios solares. El más conocido en la actualidad es el gregoriano, pero entran en la misma categoría el antiguo romano o el juliano, sus precedentes, el egipcio o las mil fallidas propuestas modernas existentes: revolucionariopositivistasoviético… Nuevamente se suele conservar el mes como un remanente del ciclo lunar.
  • Por último, también hay y ha habido muchos intentos de conciliar armónicamente ambos periodos. Son los llamados calendarios lunisolares. Algunos ejemplos son el hebreo, el chino, los budistasgriegos… Por lo general recurren a intercalar un mes cada cierto tiempo que reajuste los comienzos de ambos ciclos. Algunos autores hacen subdivisiones de esta categoría según la mayor fidelidad a uno u otro ciclo, distinción que no he considerado de interés referir aquí.

De lo antedicho se deduce que todos los calendarios han nacido del estudio de los cielos (o acontecimientos naturales asociados). Es preciso anotar que algunos de ellos siguen dependiendo para el cómputo del tiempo de observaciones directas. Tal es el caso, por ejemplo, de la primera luna o hilal musulmana, cuyo avistamiento determina el comienzo del mes. Obviamente, para ello son necesarias condiciones climatológicas favorables, lo que no siempre sucede. No creo exagerar al afirmar que la astronomía nace y se desarrolla con la intención primera de predecir el curso de estos ciclos. Ciertos calendarios, como el chino, siguen buscando esta sintonía con el devenir de los cielos, pero han llegado a prescindir de la necesidad de observación directa; a costa, eso sí, de su simplicidad: los cálculos son tan complejos como para requerir la ayuda de astrónomos en ciertos casos. Calendarios como el gregoriano han preferido en cambio sacrificar esta correspondencia con los astros en aras de unas reglas simples de cómputo. Por causa de ello no sabemos predecir con sencillez cuándo es la primera luna de primavera del año siguiente. Habrá quien opine que un conocimiento así no afecta en nada a nuestros hábitos; no seré yo quien se lo niegue, pero si fuese cristiano escondería mi piedra.

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